No se detiene.
Se apresura a coger carrerilla
y salta de hora en hora.
Menguan los días a su paso
perfeccionando los perfiles fríos de la noche,
debilitando estrellas y madrugadas.
Vuela a ras de todo lo que importa
y desequilibra los instantes.
Hace enojar los minutos
y avanza llevándose consigo
la capacidad de regresarle,
de sostenerle la mirada todo lo que se quiera.
Y de matarlo para siempre.